sábado, 4 de agosto de 2012

HARUKI MURAKAMI

1Q84

Primer Libro
3. Aomame
Algunos hechos que han cambiado

Aomame, con el dedo colocado suavemente en un punto de la nuca del hombre, extrajo un estuche rígido de plástico del bolso, abrió la tapa y sacó un objeto envuelto en un paño fino. Al desanudar el paño habilidosamente con una mano, salió algo semejante a un pequeño picahielos. Tendría una longitud de unos diez centímetros. La empuñadura era pequeña, de madera maciza. Pero aquello no era un picahielos. Sólo tenía la forma. No servía para picar hielo. Ella misma lo había diseñado y fabricado. La punta era muy aguda, como una aguja de coser. Para que el punzón no se doblara, iba clavado en un pequeño trozo de corcho. Era un corcho de elaboración especial, blando como el algodón. Aomame quitó el corcho cuidadosamente con las uñas y se lo guardó en el bolsillo. Entonces acercó la aguja desnuda a aquel punto del cuello de Miyama. "Venga, tranquilízate, que éste es el momento crítico", se convencía Aomame a sí misma. No se podía permitir fallar ni por un milímetro. Si se desviaba un poco, todo el esfuerzo se habría ido al garete. Ante todo, requería concentración.
_Perdone. Acabo ahora mismo_dijo Aomame.
Para sus adentros, comenzó a decirle al hombre: "Tranquilo, que acabo en un abrir y cerrar de ojos. Espere un poquito más. Después ya no le hará falta pensar en nada. Ni en el sistema de refinado del petróleo, ni en las tendencias del mercado de crudo pesado, ni en los informes trimestrales al grupo inversor, ni en la reserva del vuelo a Barhréin, ni en el soborno al oficial o el regalo para su amante...,no tendrá que pensar en nada más. Debe de haber sido bastante duro ocuparse continuamente de todas esas cosas, ¿no? Por eso, espere sólo un poquito más, por favor. Yo me voy a concentrar y voy a hacer mi trabajo con usted con toda seriedad, 
así que no se impaciente. Por favor."
Una vez que comprobó la posición y se decidió, alzó la mano derecha en el aire, contuvo la respiración y, tras una breve pausa, la dejó caer secamente, asiendo la empuñadura de madera. No fue muy fuerte. Si aplicaba demasiada fuerza, la aguja se podría doblar bajo la piel. Tampoco podía dejar la punta ahí. Había que dejar caer la palma de la mano con suavidad, con mimo, en el ángulo adecuado y con la fuerza adecuada. Secamente, sin oponerse a la gravedad. Y hacer que el fino extremo de la aguja penetrara de la forma más natural posible en aquel punto. Profunda, suave y mortal. Lo principal era el ángulo y la fuerza de la penetración; o, más bien, la fuerza de la extracción.
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El extremo de la aguja penetraba en la carne, pinchaba una posición específica en la parte inferior del cerebro, y el corazón dejaba de palpitar como si se apagara una vela.
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A quello era algo que sólo Aomame era capaz de hacer. Nadie más podía encontrar a tientas aquel punto delicado. Sin embargo, ella sí que podía. Las yemas de sus dedos estaban dotadas de una intuición especial.
Todos los músculos del hombre se contrajeron con un espasmo. Tras percibir esa sensación, Aomame extrajo la aguja de prisa. Luego, sin perder tiempo, presionó sobre la herida una gasita que llevaba preparada en el bolsillo. Era para evitar una hemorragia. La aguja era muy fina y sólo lo había pinchado durante escasos segundos. Aunque se produjera una hemorragia, sería muy reducida. No obstante, tenía que ponerse en el peor de los casos. No podían quedar rastros de sangre. Una sóla gota podría resultar fatal. La cautela era una de las virtudes de Aomame.
El cuerpo de Miyama se quedó yerto y, poco a poco, fue perdiendo fuerza. Como cuando una pelota de baloncesto se desinfla. Manteniendo la presión del dedo índice sobre el punto en la nuca del hombre, lo tendió boca abajo sobre el escritorio. Tenía la cara apoyada sobre los documentos, a modo de almohada, y el resto del cuerpo tendido de costado en el escritorio. Los ojos estaban abiertos, aún con expresión de sorpresa. Parecía que había sido testigo en el último momento de algo enigmático e inaudito. No se percibía miedo, ni dolor. Tan sólo puro asombro. Algo anormal había sucedido en su cuerpo. Pero no podía comprender de que se trataba. Desconocía si era dolor, picazón, placer o algun tipo de revelación. En el mundo existen diversas maneras de morir, pero probablemente no existiese ninguna tan placentera.


15. Aomame
Con firmeza, como si echara el ancla a un globo aerostático

.... Pero, entre tanto, se dio cuenta de que el cielo nocturno que estaba viendo de diferenciaba en algo del cielo nocturno habitual. Tenía algo distinto al cielo de siempre. Había algo extraño, tenue pero difícil de negar.
Transcurrió un buen rato hasta que encontró donde residía la diferencia. Y, además, una vez encontrada, le costó bastante aceptar la realidad. Sus sentidos eran incapaces de ratificar lo que su visión captaba.
Dos lunas flotaban en el cielo. Una luna pequeña y otra grande. Ambas se alineaban en el cielo. La grande era a la que estaba acostumbrada. Próxima al plenilunio, amarilla. Pero a su lado había otra luna diferente. Una luna de forma desconocida. Un tanto deforme y ligeramente verdosa, como si estuviera cubierta de musgo. Eso era lo que su visión captaba.
Aomame entornó los ojos y contempló fijamente las dos lunas.Luego cerró los ojos, y dejó pasar un tiempo, respiró hondo y volvió a abrirlos. Esperaba que todo volviera a la normalidad y sólo hubiera una luna. Pero la situación era completamente diferente. No era un efecto óptico, ni se le había nublado la vista. Dos lunas flotaban en el cielo, bien alineadas, sin lugar a errores de visión. Una luna amarilla y otra verde. 


19. Aomame
Mujeres que comparten un secreto
 
Tsubasa dormía con la mejilla pegada a la almohada y la boca entreabierta. Su respiración era tremendamente serena y su cuerpo apenas mostraba monimiento alguno. Sólo, a veces, los hombros le temblaban como si se crisparan. El flequillo le colgaba delante de los ojos.
Al cabo de un rato, su boca se abrió despacio y de allí fueron saliendo, uno a uno, la Little People. Inspeccionando lo que había a su alrededor, iban apareciendo, cautelosos, primero uno y luego otro. Si la señora se despertara, podría verlos, pero dormía profundamente. Por el momento, no iba a despertarse. La Little People lo sabía. Había cinco Little People en total. Cuando salieron de la boca de Tsubasa, tenían, más o menos, el tamaño del dedo meñique de la niña, pero, una vez fuera, retorcieron sus cuerpos, como cuando se abre una herramienta plegable, y crecieron hasta unos treinta centímetros. Todos vestían la misma ropa insulsa. Sus rostros también eran insulsos y resultaba imposible distinguir unos de otros.
De la cama bajaron al suelo, y de debajo de la cama sacaron un objeto del tamaño de una empanadilla. Entonces formaron un círculo a su alrededor y comenzaron a hurgar en él con diligencia. Era blanco y muy elástico. La Little People extendía la mano hacia el aire, sacaba de él un hilo blanco semitransparente con manos expertas y, utilizándolo, agrandaba poco a poco ese objeto mullido. El hilo parecía tener cierta adherencia. De improviso, su estatura se acercó a los sesenta centímetros. La Little People podía crecer a su antojo, en función de sus necesidades.
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Sobre el tejado, las dos lunas, como si se hubieran puesto de acuerdo, iluminaban el mundo con una extraña luz. 

  Haruki Murakami
TusQuets, editores.








Biografía de Haruki Murakami 

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