viernes, 17 de agosto de 2012

HARUKI MURAKAMI

1Q84
  
 Primer Libro
6. Tengo
¿Vamos a ir muy lejos?


La protagonista de La crisálida de aire era, seguramente, la propia Fukaeri en el pasado.
Con diez años, cuidaba de una cabra ciega en un tipo de comuna ( o algo parecido a una comuna ) en medio de las montañas. Le habían asignado ese trabajo. A todos los niños les asignaban su propio trabajo. La cabra estaba vieja, pero tenía un valor especial para la comunidad y era necesario vigilarla para que no sufriera ningún daño. No podía apartar la vista de ella ni un solo momento. Es lo que le habían mandado. Sin embargo, en un descuido, la perdió de vista y la cabra se murió. Como consecuencia, a ella la castigaron. La metieron en un viejo almacén de paredes revocadas junto a la cabra muerta. Durante diez días permaneció completamente aislada y no la dejaron salir al exterior. Tampoco le permitieron hablar con nadie.
La cabra servía de pasaje entre la Litlle People y este mundo. Ella no sabía si la Litlle People era buena o mala ( Tengo tampoco ). Al anochecer, la Litlle People venía a este mundo a través del cadáver de la cabra y, al alba, regresaba al otro lado. La niña podía hablar con la Litlle People. Ellos le enseñaron a crear una crisálida de aire. 


12. Tengo
Venga a nosotros tu reino

Solamente en una ocasión, debido a ciertas circunstancias, Tengo le echó una mano a la niña. Fue en el otoño del cuarto curso. Durante un experimento en la clase de ciencias, la compañera de mesa le lanzó palabras muy duras, porque se había confundido en los pasos de la prueba.Tengo no se acordaba exactamente de cuál fue el error. En ese momento, un niño se burló de ella porque predicaba el Evangelio para la Asociación de los Testigos. Porque iba de casa en casa repartiendo estúpidos panfletos. Entonces el niño la llamó "Señor". Aquello era algo inusual, puesto que normalmente, en vez de meterse con ella o burlarse, lo que hacían era tratarla como si no existiera o ignorarla por completo. Pero en actividades en grupo, como los experimentos de ciencias, no podían excluirla. Las palabras que le lanzaron en aquella ocasión eran igual que dardos cargados de veneno. Tengo, que estaba en el grupo de la mesa de al lado, fue incapaz de hacer oídos sordos. No sabía por qué, pero no podía quedarse así, sin hacer nada.
Fue hasta allí y le dijo que se pasara a su grupo. Lo hizo de manera casi impulsiva, sin reflexionar, sin titubear. Entonces le explicó amablemente el truco del experimento. Ella escuchó con atención lo que Tengo le decía, lo asimiló y no volvió a cometer el mismo error. Aquélla fue la primera ( y la última ) vez, después de dos años en la misma clase, que habló con ella. Tengo sacaba buenas notas y era grande y fuerte. Todos lo respetaban. Por eso nadie se burló de que la hubiera protegido _ al menos delante de él. Pero como había ayudado a "Señor", su valoración entre la clase pareció descender, calladamente, un punto en la escala. Debían creer que, al haberse mezclado con aquella muchacha, le había contagiado un poco de su tiña.
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Después de aquello, Tengo y la niña no volvieron a hablarse. No les fue necesario hacerlo, ni tuvieron la ocasión. Sin embargo, cuando por un azar sus miradas se cruzaban, en la cara de la niña afloraba el color se cierto nerviosismo. Tengo se daba cuenta. Quizás le había molestado que se hubiera dirigido a ella durante aquel experimento de ciencias. Tal vez la había irritado y ella hubiera preferido que la dejara en paz. Tengo era incapaz de hacerse una idea al respecto. Todavía era un niño y no sabía leer la sutil actividad de la mente en el semblante de los demás.
Entonces, un buen día, ella lo agarró de la mano. Fue en una tarde despejada de principios de diciembre. Al otro lado de la ventana se veía el cielo claro y una nube blanca y recta. Casualmente, después de la limpieza del aula, al acabar las clases, ella y Tengo se habían quedado solos. No había nadie más. La niña atravesó el aula con paso ligero, como decidida a hacer algo, fue justo a Tengo y se quedó de pie a su lado. Luego le agarró la mano, sin titubear, y levantó la cabeza para mirarlo fijamente a la cara ( Tengo era diez centímetros más alto que ella ). Él también la miró a ella, sorprendido. Sus miradas se encontraron. Tengo sintió en los ojos de ella una profundidad diáfana que nunca antes había visto. Ella lo tuvo agarrado de la mano, en silencio, durante un buen rato. Con fuerza, sin aflojar ni un solo instante. A continuación, lo soltó de golpe, agitó el bajo de la falda y salió corriendo a toda prisa del aula.
Tengo se quedó allí plantado durante un rato, desconcertado y sin habla. Lo primero que pensó fue que esperaba que nadie los hubiera visto. Si los hubieran visto, ni se imaginaba la que podría montarse.Miró a su alrededor y respiró aliviado. Luego sintió una profunda turbación.


   Haruki Murakami
TusQuets, editores.

sábado, 4 de agosto de 2012

HARUKI MURAKAMI

1Q84

Primer Libro
3. Aomame
Algunos hechos que han cambiado

Aomame, con el dedo colocado suavemente en un punto de la nuca del hombre, extrajo un estuche rígido de plástico del bolso, abrió la tapa y sacó un objeto envuelto en un paño fino. Al desanudar el paño habilidosamente con una mano, salió algo semejante a un pequeño picahielos. Tendría una longitud de unos diez centímetros. La empuñadura era pequeña, de madera maciza. Pero aquello no era un picahielos. Sólo tenía la forma. No servía para picar hielo. Ella misma lo había diseñado y fabricado. La punta era muy aguda, como una aguja de coser. Para que el punzón no se doblara, iba clavado en un pequeño trozo de corcho. Era un corcho de elaboración especial, blando como el algodón. Aomame quitó el corcho cuidadosamente con las uñas y se lo guardó en el bolsillo. Entonces acercó la aguja desnuda a aquel punto del cuello de Miyama. "Venga, tranquilízate, que éste es el momento crítico", se convencía Aomame a sí misma. No se podía permitir fallar ni por un milímetro. Si se desviaba un poco, todo el esfuerzo se habría ido al garete. Ante todo, requería concentración.
_Perdone. Acabo ahora mismo_dijo Aomame.
Para sus adentros, comenzó a decirle al hombre: "Tranquilo, que acabo en un abrir y cerrar de ojos. Espere un poquito más. Después ya no le hará falta pensar en nada. Ni en el sistema de refinado del petróleo, ni en las tendencias del mercado de crudo pesado, ni en los informes trimestrales al grupo inversor, ni en la reserva del vuelo a Barhréin, ni en el soborno al oficial o el regalo para su amante...,no tendrá que pensar en nada más. Debe de haber sido bastante duro ocuparse continuamente de todas esas cosas, ¿no? Por eso, espere sólo un poquito más, por favor. Yo me voy a concentrar y voy a hacer mi trabajo con usted con toda seriedad, 
así que no se impaciente. Por favor."
Una vez que comprobó la posición y se decidió, alzó la mano derecha en el aire, contuvo la respiración y, tras una breve pausa, la dejó caer secamente, asiendo la empuñadura de madera. No fue muy fuerte. Si aplicaba demasiada fuerza, la aguja se podría doblar bajo la piel. Tampoco podía dejar la punta ahí. Había que dejar caer la palma de la mano con suavidad, con mimo, en el ángulo adecuado y con la fuerza adecuada. Secamente, sin oponerse a la gravedad. Y hacer que el fino extremo de la aguja penetrara de la forma más natural posible en aquel punto. Profunda, suave y mortal. Lo principal era el ángulo y la fuerza de la penetración; o, más bien, la fuerza de la extracción.
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El extremo de la aguja penetraba en la carne, pinchaba una posición específica en la parte inferior del cerebro, y el corazón dejaba de palpitar como si se apagara una vela.
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A quello era algo que sólo Aomame era capaz de hacer. Nadie más podía encontrar a tientas aquel punto delicado. Sin embargo, ella sí que podía. Las yemas de sus dedos estaban dotadas de una intuición especial.
Todos los músculos del hombre se contrajeron con un espasmo. Tras percibir esa sensación, Aomame extrajo la aguja de prisa. Luego, sin perder tiempo, presionó sobre la herida una gasita que llevaba preparada en el bolsillo. Era para evitar una hemorragia. La aguja era muy fina y sólo lo había pinchado durante escasos segundos. Aunque se produjera una hemorragia, sería muy reducida. No obstante, tenía que ponerse en el peor de los casos. No podían quedar rastros de sangre. Una sóla gota podría resultar fatal. La cautela era una de las virtudes de Aomame.
El cuerpo de Miyama se quedó yerto y, poco a poco, fue perdiendo fuerza. Como cuando una pelota de baloncesto se desinfla. Manteniendo la presión del dedo índice sobre el punto en la nuca del hombre, lo tendió boca abajo sobre el escritorio. Tenía la cara apoyada sobre los documentos, a modo de almohada, y el resto del cuerpo tendido de costado en el escritorio. Los ojos estaban abiertos, aún con expresión de sorpresa. Parecía que había sido testigo en el último momento de algo enigmático e inaudito. No se percibía miedo, ni dolor. Tan sólo puro asombro. Algo anormal había sucedido en su cuerpo. Pero no podía comprender de que se trataba. Desconocía si era dolor, picazón, placer o algun tipo de revelación. En el mundo existen diversas maneras de morir, pero probablemente no existiese ninguna tan placentera.


15. Aomame
Con firmeza, como si echara el ancla a un globo aerostático

.... Pero, entre tanto, se dio cuenta de que el cielo nocturno que estaba viendo de diferenciaba en algo del cielo nocturno habitual. Tenía algo distinto al cielo de siempre. Había algo extraño, tenue pero difícil de negar.
Transcurrió un buen rato hasta que encontró donde residía la diferencia. Y, además, una vez encontrada, le costó bastante aceptar la realidad. Sus sentidos eran incapaces de ratificar lo que su visión captaba.
Dos lunas flotaban en el cielo. Una luna pequeña y otra grande. Ambas se alineaban en el cielo. La grande era a la que estaba acostumbrada. Próxima al plenilunio, amarilla. Pero a su lado había otra luna diferente. Una luna de forma desconocida. Un tanto deforme y ligeramente verdosa, como si estuviera cubierta de musgo. Eso era lo que su visión captaba.
Aomame entornó los ojos y contempló fijamente las dos lunas.Luego cerró los ojos, y dejó pasar un tiempo, respiró hondo y volvió a abrirlos. Esperaba que todo volviera a la normalidad y sólo hubiera una luna. Pero la situación era completamente diferente. No era un efecto óptico, ni se le había nublado la vista. Dos lunas flotaban en el cielo, bien alineadas, sin lugar a errores de visión. Una luna amarilla y otra verde. 


19. Aomame
Mujeres que comparten un secreto
 
Tsubasa dormía con la mejilla pegada a la almohada y la boca entreabierta. Su respiración era tremendamente serena y su cuerpo apenas mostraba monimiento alguno. Sólo, a veces, los hombros le temblaban como si se crisparan. El flequillo le colgaba delante de los ojos.
Al cabo de un rato, su boca se abrió despacio y de allí fueron saliendo, uno a uno, la Little People. Inspeccionando lo que había a su alrededor, iban apareciendo, cautelosos, primero uno y luego otro. Si la señora se despertara, podría verlos, pero dormía profundamente. Por el momento, no iba a despertarse. La Little People lo sabía. Había cinco Little People en total. Cuando salieron de la boca de Tsubasa, tenían, más o menos, el tamaño del dedo meñique de la niña, pero, una vez fuera, retorcieron sus cuerpos, como cuando se abre una herramienta plegable, y crecieron hasta unos treinta centímetros. Todos vestían la misma ropa insulsa. Sus rostros también eran insulsos y resultaba imposible distinguir unos de otros.
De la cama bajaron al suelo, y de debajo de la cama sacaron un objeto del tamaño de una empanadilla. Entonces formaron un círculo a su alrededor y comenzaron a hurgar en él con diligencia. Era blanco y muy elástico. La Little People extendía la mano hacia el aire, sacaba de él un hilo blanco semitransparente con manos expertas y, utilizándolo, agrandaba poco a poco ese objeto mullido. El hilo parecía tener cierta adherencia. De improviso, su estatura se acercó a los sesenta centímetros. La Little People podía crecer a su antojo, en función de sus necesidades.
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Sobre el tejado, las dos lunas, como si se hubieran puesto de acuerdo, iluminaban el mundo con una extraña luz. 

  Haruki Murakami
TusQuets, editores.








Biografía de Haruki Murakami 

EL HAIKU 俳句



   Es una de las formas de poesía tradicional japonesa más extendida que pretende expresar un sentimiento breve y sincero. Su temática está relacionada con la naturaleza. Busca describir los fenómenos naturales, el cambio de las estaciones del año o la forma de vida cotidiana de la gente.

           Suele contener una palabra clave denominada "kigo," que indica la estación del año a la que se refiere y una cesura (espacio dentro de un verso que lo separa en dos partes cuyo uso no hace necesario el uso de puntuación) llamada "kire", que separa al haiku en dos imágenes contrastantes.

             Influido por la filosofía zen, su estilo se caracteriza por la naturalidad, la sencillez (no el simplismo), la sutileza, la austeridad, la aparente asimetría que sugiere la libertad y con ésta la eternidad.


Matsuo Bashô

No sigas las huellas de los antiguos
Busca lo que ellos buscaron.



Este camino
Ya nadie lo recorre
Salvo el crepúsculo.



Todo en calma.
Penetra en las rocas
La voz de la cigarra.



La primavera pasa
Lloran las aves
Y son lágrimas los ojos de los peces.


Habiendo enfermado en el camino
Mis sueños merodean
Por páramos yermos.



Bajo un mismo techo
Durmieron las cortesanas
La luna y el trébol.


Visión en sombras.
Llora una anciana sola,
La luna como amiga.



Extraido de: http://abriendonuestrointerior.blogspot.com.ar
Post: Ana Molina

Matsuo Basho: biografía